Hoy en día vivimos, sin lugar a dudas,
dos realidades muy distintas; en la primera es la que nos rodea físicamente,
con la gente que le damos los buenos días, con la que sonreímos y que tenemos
cerca; y la otra virtual, inmersa en una red social en la que expresamos
nuestras ideas, metas, anhelos y que se vive con personas a las que quizá nunca
veamos en nuestra vida.
Nadie puede dudar la “realidad” de la
primera, ya que en ella en la que podemos palpar; pero la segunda, la
“virtual”, psicológicamente es tan real como la primera, ya que en ella
frecuentemente vivimos las experiencias más intensas, nuestros deseos más
íntimos, e incluso, tratamos de manifestar ahí nuestra esencia como personas,
ésta puede llegar a ser más importante que la primera en muchos casos, ya que
ahí vivimos lo que realmente queremos en nuestro interior, aunque esté muy
lejos de lo que somos.
Siguiendo estas ideas, y enfocándonos
en la segunda, se convierte el espacio en la red social en el ideal para
mostrarme como deseo ser, en un juego de imágenes en el que la persona se
siente seguro, en el que puede ocultar o cubrir sus carencias y debilidades, en
el que, por medio de las respuestas de los demás, modelo mi representación de
mí mismo para tener una mejor posición o presencia virtual, lo que, según la
edad de la persona, puede crear un abismo entre las dos realidades que a la
larga sólo crea desadaptación, enojo y soledad.
Si la comprendemos esto, es fácil
asimilar que cientos de miles de personas tienen que revisar a cada momento las
notificaciones de sus redes, o que giren sus vidas a las respuestas, likes,
comentarios de los demás, y que incluso, lleguen a conclusiones de las ideas y
sentimientos de los demás por el tiempo transcurrido entre un visto y
una palabra del otro.
